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La Peste (1947) (por Pau Guinart)

La Peste (1947) (por Pau Guinart)

Albert Camus (1913-1960) no fue un pensador sistemático. Más que un racionalista, era un afirmador; un creador de metáforas, y un re-formulador de experiencias personales a través de las cuales llegaba a ideas universales. Como ya había hecho Nietzsche, ante la necesidad de absoluto, Camus escogió vivir sin Dios, y para eso tuvo que crear sus propios valores ex nihilo.

La Peste, una obra que hasta hace poco podía parecer atávica, ha vuelto de su obsolescencia con más fuerza de la que nadie podía prever. De la misma manera que una pandemia ha pillado a contrapié a una humanidad que consideraba este tipo de fenómenos casi obsoletos, la muerte también nos puede pillar a todos por sorpresa – como lo hizo con el propio Camus –, y ése es, al fin y al cabo, el origen de toda filosofía existencialista (con la que Camus, por cierto, no se sentía muy identificado).

Todos vivimos en un riesgo inminente de plaga; el estado de alarma, la pandemia, es una pre-condición trágica de la humanidad. Pero este absurdo no tiene porqué llevar a la desesperación – siempre hay la posibilidad de encontrar redención en el futuro y dar así sentido al dolor vivido. La consciencia de ello es lo que nos permite no tener prejuicios ni moralizar, olvidarnos del estatus. Vanitas vanitatum et omnia vanitas.

En el Orán de Camus se lleva una vida centrada en el dinero, en una especie de sueño prolongado. La peste les despierta. De repente la gente empieza a morir por las calles. Al principio hay negación, o se intenta minimizar la gravedad de la situación, pero llega un punto en el que la enfermedad ya es innegable, y ahí es donde se demuestra la categoría moral de cada individuo. Como en la tragedia, el carácter verdadero se revela ante el conflicto y la injusticia del devenir. Ahí se manifiesta la magnitud de cada personaje: en la forma como se enfrenta a cada situación.

Las pestes y las guerras siempre toman a la gente por sorpresa, y siempre se piensa que no pueden durar, pues son demasiado estúpidas. Pero se alargan en el tiempo como una pesadilla. En Oran están muriendo 500 personas al día y el padre Paneloux, jesuita, dice que es un castigo de dios. El universo de Camus es amoral, por lo tanto, ese castigo no tiene sentido; pero aun así expone las perspectivas y las opciones vitales de otros. Nada puede tener sentido ante la muerte de un niño en el hospital, pero la fe solamente se justifica cuando creer no tiene sentido, y este salto existencial lo hizo ya Kierkegaard en una dirección opuesta a la de Camus. El sufrimiento es injustificable, y tampoco lo es su distribución. Lo que cada cual quiera hacer con eso es una decisión intransferible, y no hay mala fe que valga.

Esta no es la primera peste que ha sufrido la humanidad, ni será la última, pero cada momento, y sobretodo cada crisis, se tiene que aprovechar como una oportunidad para reflexionar y poner en valor lo que se tiene. Esto nos permite proyectarnos hacia el futuro como quien hemos decidido ser ante esa crisis. Porque estar vivo es ya de por sí una emergencia, y una pandemia nos puede ayudar a ser conscientes de ello. La muerte de Camus en un accidente automovilístico sin sentido con su editor Michel Gallimard no hace más que corroborar esa fragilidad existencial.

Texto de Pau Guinart

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